. Maneras de. Sentir

martes, junio 13, 2006

Cenizas.

Tratando de hilar recuerdos
en la rueca de mi memoria...
encuentro en la injusta medida
tormentas de espinas y coronas de lluvia.

Y de la espinada y mojada rueca
brotan aún pañuelos de despedida,
pañuelos que acariciaron monólogos,
monólogos de fugaces e imaginarios besos.

La rueca también me obsequiaba
vestidos perfectos qué para ti imaginé.
los soñé y preparé a tu medida,
pero tu medida y la mia no es la justa.

La falsa rueca, con su diabólico disfraz,
engañaba, sus prendas eran pasajeras,
como las estaciones de los hombre.
Y, como todos, noto las cicatrices,
las espinas del tiempo.

Sigo intentando hilar el traje que no vestirás,
mi rueca es tan antigua como corto será el traje para ti,
aunque tus recuerdos son tan escasos
que seguiré hilando y despojandome de ellos...
Y mi rueca, mi tiempo malgastado,
indica llorando lo que mi boca intenta impedir:
tus mentiras caminaban en el desfile del tiempo perdido...
y me abandonaban con una dioptría más en la memoria.
Cegado por las viejas rutinas, por ese desfile al que asistí.
Gracias,
Javi (·2002·)

miércoles, mayo 31, 2006

Todo empieza.. otra vez

¿Tienes fuego?
- ¿Qué te hace falta, la chispa o el gas?
Depende del momento.
-Ahora.
Ahora lo único que quiero es encender ésto.
-Espera...¿Nunca te han dicho que el tabaco mata?
También dice que el fuego quema...
-No creo que mucha gente suela quemarse.
No creo que mucha gente se arriesgue a hacerlo.



Así comenzó todo, y ella ni siquiera llegó a encenderse su cigarrillo.




..



Quiero que
Sepa
Sin embargo
Que todas las noches
Que he dormido a su lado

Incluso las discusiones
Más inútiles
Siempre fueron
Algo espléndido

Y esas difíciles
Palabras
Que siempre temí
Decir
Pueden decirse
Ahora:

Te amo.



C. Bukowski

miércoles, mayo 03, 2006

De nuevo, lo de siempre.

A veces, ni siquiera sabemos hallar al enemigo, e ignoramos que, la mayoría del tiempo, nuestro enemigo somos nosotros mismos. Nos atrapamos en el infinito desorden de nuestros sentimientos, refugiándonos en cualquier excusa para huir de él, al menos por un rato. Creo que la única manera sería volverse loco, aunque por ahora no sepa cómo hacerlo por otro camino que no sea seguir cavilando..

No intentes vertir más penas en vasos desgastados. No es la solución menos problemática, al menos por ahora. Estamos totalmente clavados, mareados, atrapados en está situación, pero no me busques como culpable.No todo se escora hacia el mismo lado, no todo suena a realidad.
No quiero más palabras en forma de cuchilla, y creéme, no sólo para mí. El dolor es una palabra hermosa, sólo cuando te permites no saber lo que significa...


No delieneemos más perfiles para atajos que, como siempre, no nos llevan a la salida. Con decir la verdad una vez, basta.

Hasta entonces, por favor, no te lo creas tanto. No me creas tanto. Yo también se engañarme... Yo también sé hacerme daño.



Por hoy, decido no pensar ni sentir más.









..





Un problema cotidiano, del que resulta una confusión cotidiana. A tiene que concretar un negocio importante con B en H, se traslada a H para una entrevista preliminar, pone diez minutos en ir y diez en volver, y en su hogar se enorgullece de esa velocidad. Al día siguiente vuelve a H, esa vez para cerrar el negocio. Ya que probablemente eso le insumirá muchas horas. A sale temprano. Aunque las circunstancias (al menos en opinión de A) son precisamente las de la víspera, tarda diez horas esta vez en llegar a H. Lo hace al atardecer, rendido. Le comunicaron que B, inquieto por su demora, ha partido hace poco para el pueblo de A y que deben haberse cruzado por el camino. Le aconsejan que aguarde. A, sin embargo, impaciente por la concreción del negocio, se va inmediatamente y retorna a su casa.


Esta vez, sin prestar mayor atención, hace el viaje en un rato. En su casa le dicen que B llegó muy temprano, inmediatamente después de la salida de A, y que hasta se cruzó con A en el umbral y quiso recordarle el negocio, pero que A le respondió que no tenía tiempo y que debía salir en seguida.


Pese a esa incomprensible conducta, B entró en la casa a esperar su vuelta. Ya había preguntado muchas veces si no había regresado todavía, pero continuaba aguardando aún en el cuarto de A. Contento de poder encontrarse con B y explicarle lo sucedido, A corre escaleras arriba. Casi al llegar, tropieza, se tuerce un tobillo y a punto de perder el conocimiento, incapaz de gritar, gimiendo en la oscuridad, oye a B -tal vez ya muy lejos, tal vez a su lado- que baja la escalera furioso y desaparece para siempre.


F. Kafka



miércoles, abril 19, 2006

Los peces piensan... demasiado.

¿Para qué caminar hacia atrás? ¿Para qué mirar de nuevo lo que vamos dejando olvidado? Todo lo que hay detrás ya lo conocemos. O eso creemos. O eso nos hacen creer. ¿Se puede cambiar el pasado? ¿Alguna vez alguien lo ha intentado?

No sé si merece la pena intentarlo, o es mejor tratar de guiar el futuro, de moldear el presente, y adaptarse mejor a él. Con todo lo que conlleva. Sin conformarse con poco. Sin estrellarme al obligarme a aspirar al máximo.

No puedo seguir pensándolo. No quiero seguir pensándote. Tú y mis sueños. Mis sueños y yo.

Cuanto menos lo analizo, todo es mucho menos violento, más suave. Como tú, cuando te toco dormida. Cuando no hace falta soñarte despierta, cuando te tengo de verdad, y estás ahí, para convencerme de que todo es de cierto. De que me lo crea una vez más.






..

Estábamos tendidos de espaldas, uno al lado del otro, y ella me acariciaba maquinalmente, yo tenía frío y ella me hablaba de cualquier cosa, de la pelea que acababa de ocurrir en el bar , de las tormentas de marzo...Los peces pasaban y pasaban, había uno, negro, un pez enorme, mucho más grande que los otros. Pasaba y pasaba como su mano por mis piernas, subiendo, bajando...Entonces hacer el amor era eso, un pez negro pasando y pasando obstinadamente. Una imagen como cualquier otra, bastante cierta por lo demás. La repetición al infinito de un ansia de fuga, de atravesar el cristal y entrar en otra cosa.

-Quién sabe –dijo la Maga-.A mí me parece que los peces ya no quieren salir de la pecera, casi nunca tocan el vidrio con la nariz.

Gregorovius pensó que en alguna parte Chestov había hablado de peceras con un tabique móvil que en un momento dado podía sacarse sin que el pez habituado al compartimiento se decidiera jamás a pasar al otro lado. Llegar hasta un punto del agua, girar, volverse, sin saber que ya no hay obstáculo, que bastaría seguir avanzando...

-Pero el amor también podría ser eso –dijo Gregorovius -.Qué maravilla estar admirando a los peces en su pecera y de golpe verlos pasar al aire libre, irse como palomas. Una esperanza idiota, claro. Todos retrocedemos por miedo de frotarnos la nariz con algo desagradable.



Rayuela. Cortázar